Palabras a los tuertos antes de la cena de la despedida


Vicent Van Gogh - "Hombre tuerto"
Hablar de los cambios sociales en Huaraz  y de su menguado desarrollo como sociedad significa valerse de un conjunto de oportunidades, de algo de mirada crítica, de espíritu destructivo- si quiere dilapidarse lo que se construye con el rótulo de mediocridad- y lo torturante que resulta la decadencia en plena juventud ¿Cuánto hemos avanzado como sociedad? ¿Qué aportes hemos dado a la sociedad nacional? ¿Qué postura crítica tenemos hoy sobre la realidad nacional? Por favor, que las repuestas no sean esos argumentos baratos y de paporreta del viejo grupo de comunistas afincados en la ciudad- que se hacen llamar el “ala pensante de la ciudad”- cuando son los que más contribuyen en la corrupción de la juventud.

                Derivemos nuestras respuestas y busquemos en el germen de la política la responsabilidad que a todos nos llama ( ¿a todos o a los más capaces?): nuestra juventud se va, se separa de una ciudad moribunda y nuestro brazos no hacen nada para recuperarlos, nuestra voluntad no está entre aquellos que deben darse a la ciudad- no por obligación, sino por elección propia-. Escúchese bien en los rincones de los que hoy dicen llamarse futuros políticos que protegerán los intereses de la región y de la ciudad, descubran que sus palabras son el mismo discurso vacío y adulador del fantasma de los idealismos, que vuestras ideas de justicia, democracia y armonía, cada vez mal empleadas aumentan las ansias, la sed de la imaginación, la orquesta de los que se llaman así mismos mártires de la sociedad y los empujan finalmente a ese desequilibrado arrebatamiento de los intereses comunes como banderas de sangre sedientas de muerte y desolación, cuando su disfraz sea el de la justicia, los derechos ciudadanos o la democracia. Reflexionen sobre lo que creen sus palabras antes de lanzarla a la tribuna donde la grey tiene sus lobos disfrazados. Olvidan acaso que para ellos la miseria y la muerte valen lo mismo; perdón pero yo mismo lo olvidaba, cuando los señores de saco y corbata se transforman en pesados sacos de vino ya nada los hace reflexionar sobre las distancias, ya nada los lleva a pensar más que ver dentro de sus bolsillos un grupo más de monedas como si lo inconfesable de lo servil de sus conciencias no puede notarse entre nuestras opiniones: señores si desean ser congresistas piénselo muy detenidamente, no inicien el incendio de la pradera, no demuestren su ramplona educación siendo seducidos por el simple dinero, guarden su educación antes de servirse en la mesa.

                Ayer, cuando decíamos que el futuro debía cambiar, apareció entre nosotros una nueva frase, algo “light” para cubrir la sensación de orfandad de espíritu del que en su tierna hipocresía llama pueblo a las gentes de una ciudad en decadencia y es que la “revolución ciudadana” suena a acción sucinta y poco trágica de la acción de una niña que irá a comer un caramelo; nada comparado con la barbárica revolución de los llamados defensores del pueblo- de la sarta de mártires socialistas que se sacrifican por los derechos humanos- cuando ni si quiera han escrudiñado entre sus enmohecidos panfletos ideológicos lo sublimemente descabellado que suena el algodón de azúcar llamado dignidad. Tal parece que no queda nada de aquello que alguna vez fue un cambio, pero un cambio hacia lo más detestable de la humanidad: su pretensión de volver a todos lo mismo que un enano de circo (con perdón del gran Günter Gräss). Pero no nos alejemos del tema, ¡con que revolución ciudadana!, qué complejo que suena, algo así como convertir a los ciudadanos en revolucionarios o hacer que la ciudad sea una revolución ¿Cómo licuar todo eso sin ponerle azúcar? Y es que el dramatismo abigarrado de una ciudad que dice estar avanzando a modernidad no tenía mejor elección que poner en su dirección a uno individuo que le prometa eso mismo: una ciudad llena de cemento, calles sucias, olor a mediocridad, indigentes y por sobre todo hacer de sus parques y plazas mercados o basureros para demostrar la belleza de sus habitantes, para demostrar la hospitalidad de nuestra urbe aprisionada entre los años 80 y el infinito hacia lo que se llama mal gusto. Qué gran revolución ciudadana de parques a oscuras, de indigentes en las calles, de hedor a basura en el puente principal, de sonidos vehiculares poco orquestados en la avenida central. Quizá su revolución necesita de pregoneros que la lleven por todo Huaraz, ahí tiene la verborrea ininteligible de los cachineros para gritar lo moderna que es la ciudad. Como no pasear por Huaraz y sentir la ausencia de la actividad cultural, cómo no pasear por Huaraz y pensar que un cono de Lima es a lo máximo que puede aspirar.

                Entonces los esfuerzos de los viejos dirán “en la juventud está la solución”, desesperados por la necesidad de echarle a alguien el peso de lo que pudo ser su oportunidad de transformar. Busquemos a los jóvenes con ansias antes que nuestro corazón despegue en tristeza, pero qué encontramos entre nuestra juventud sedienta de dinero, perdón qué fue lo que leímos, ¿Sedienta de dinero? Acaso existe otro espíritu que no sea la vulgaridad del acumular dinero que los anime, la respuesta será un tenebroso “No”, que encierre todo aquello que llamamos esperanzas. Pero cómo pretendemos creer que formaríamos a otra cosa si las universidades abandonadas están ¿Todas? Sí, y en un franco silencio que arremete con ilustrar las mentes de los púberes, pero que no pretende iluminar sus espíritus, entonces en rápida respuesta ilustrada dirán “el espíritu es una creación de la iglesia, cómo concebir algo tan irreal como nuestra guía”. La respuesta será nadie hablaba de religión, será acaso que la montaña más alta adónde pueden llegar se llama ateísmo, entonces será mejor guardar silencio para que no conozcan la belleza de otras costas. Una vez formadas las huestes cómo la llamaremos filibusteros monetarios, eunucos post-modernos, admiradores de Bill Gates, qué cosa tan grandiosa, tan hermosa aquel ideal obrero, tecnificado, honrado y sacramentado: los llamaremos emprendedores y diremos a todos que ser emprendedores es vivir y que la meta es de vivir es ganar dinero- ¡MUCHO DINERO!- lo haremos en toda la universidad como la nueva y fiel necesidad de mejorar nuestra condición de vida, como el ideal a seguir y felices comprenderemos que si satisfacemos nuestra carencia material seremos dignos de llamarnos seres humanos. Con razón en Huaraz se abren cada día más mercados y  comercios y nunca una biblioteca. Preguntará un tuerto entonces, “¿Señor, y es que acaso el dinero no es necesario para vivir?”. Responderé de manera pausada y burlona, “amigo mío, lo que pasa es que te falta un ojo”.

                Quedará algo de nuestra ciudad, algo de carácter tendrá o será que desde todo el tiempo que hemos tenido de existencia sólo hemos sido un bonito basurero natural, tal vez sí. Llevamos muchos años, pero estamos tan olvidados como olvidadizos y es que cuando hay mediocridad e hipocresía entre los hijos ni si quiera su esfuerzo sirve para hacer progresar a los pueblos. Algo nos cambiará, lo dudo, tal vez si pensáramos un poco más en la ciudad y no sólo en nuestra vida cotidiana, tal vez si le exigiéramos algo más de imaginación a nuestras mentes que el simple hecho de ser gobernados por un grupo de personas que dicen llamarse vanguardistas cambiaríamos nuestro rostro, nuestras formas, nuestros campos, nuestros parques, nuestros ríos, nuestra gente; pero si solo si nos detenemos a leer un poco sobre lo que esperamos de nuestra y por sobre todo de la hermosura que guarda la olvidada ciudad de Huaraz.

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