Introibo ad altare Dei


La ventana alegraba
 infinitamente
cada rincón del claustro,
menos el sutil negro de su mirada.
Converso entonces con aquél silencio
de mediodía, para iniciar
el peregrinaje hacia
lo ácromo del paraje,
cuando el fetiche-insaciable-
de atisbar el vacío, recorrió
su piel.

Lozana- aún tibia-
por la sensación de vida,
sus cabellos jugueteaban a ser libres.
Cuando su mirada se rindió
a retar al gélido Este,
mientras observaba
el vitral desde donde San Mateo,
contemplaba- desamparado- la
alineación entre Urano y Júpiter:
escolástica, nuestro pecado
favorito…

Huérfano el sonido
de una quena entre la quebrada,
danza el viento de la montaña,
resuenan sus pasos en el claustro;
nadie observa el rito pagano,
miran sus ojos negros
-con cierta timidez-
antes de animarse a pronunciar
con voz segura, pero sin vida:
“Introibo ad altare Dei”.
Entonces una voz desde
la catacumba responde:
“ad Deum qui laetificat juventutem meam”

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