Soliloquio desterrado para una tarde entre amigos

Tres amigos.

Un latido ácromo
se apodera de la habitación
es el volver que se hace sombra,
es la espera que añeja los huesos,
es el otoño que se filtra por la ventana.

Otro latido que me barrunta de esas llamas,
otro reloj que apunta unas sonrisas, la cena del camarón,
la despedida que se hace inevitable para hacer eternidad.
Qué busco en los bolsillos de recuerdos, qué busca
en mi cielo un aguacero dormilón.

Sobre las túnicas que caen al desnudar el ocaso,
lo vi otra vez, tratando de dibujar
un sendero en color para sus cabellos de cristal,
lo vi intentado componer nubes de amor
sobre una lectura silente y caprichosa
sobre manos que prestidigitan nombres del hoy.

Inadvertida ella, la que transforma tardes,
la que arrulla poemas neonatos en cajitas musicales,
me busca así sea octubre, me cubre de luz,
cuando abandona la calma paseo por sus praderas,
me hago cómplice de sus caderas.

Me alegro cuando un riachuelo susurra su nombre:
“la chica de algodón retorna en las mañanas,
el sol es quien le presta sus alas.
No sabe, tal vez, si un de repente
hace de un día una historia para siempre”.

Qué busco en los bolsillos de recuerdos, qué busca
en mi cielo un aguacero dormilón.

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