Silencio cromático (En memoria de Tayler Lloyd Anderson)

Silencio cromático, una ráfaga blanca que cruza toda señal posible de desaparecer el tiempo. Minutos de eternidad condensada en una sonrisa, la velocidad de las piernas cabalgando a otra dimensión mientras el viento acompaña mi sendero. Nada más sutil como la distancia recorrida desde casa hacia la eternidad de cumplir un anhelo. Yo veía desde tus ojos la esperanza, la satisfacción plena de haber negado toda implacable necedad frente al descanso: esa irresistible sensación de volar hacia la soledad de las montañas, ese misterio egoísta y oculto de saborear la blanca soledad rodeando toda muestra de paz, la paz de haber alcanzado la cumbre del camino. Nunca te sentiste satisfecho, esa necesidad nunca cesa en el alma, esa fuerza que te lleva a explorarlo todo bajo el pretexto de la expedición, no es más que el fino afán de libertad en lugar exacto donde dejamos de ser humanos para convertirnos en dioses de nuestras propias metas, de nuestros propios senderos, de nuestras propias esperanzas.


La sonrisa franca, el cabello desordenado, los polos de apaches, las bromas y los comentarios sinceros sobre el agnosticismo, nada queda tan perpetuo en la memoria como un buen comentario sobre lo bella que puede ser la cordillera, porque en su sentir atraviesa toda la fuerza irracional de la belleza de las montañas, Tayler sabía percibir cada parte de nuestro sentir, cada parte del sendero, cada muestra uniforme de majestuosidad que tenía que ser recorrida por la voluntad de un hombre de saber que sólo hay un final cuando se está en lo más profundo del silencio de una montaña, del espacio donde todos los sentidos se fusionan para hacer de la ficción algo atrapado en la realidad. Sentir eso es contemplar algo más que un paraíso. Sin querer te vimos llegar, sin pensar te vimos pasar los pasadizos de lo que es y será tu hogar, el misterio de tus pasos, las charlas durante el lonche, la torpeza frente a la lavadora y aquella amistad que inicio con un vaso de chicha morada, nadie podría quitarle ese sabor de la gratitud a mi familia, nadie podrá, ni el mismo olvido del tiempo, sacarnos de la mente las tardes compartidas bajo el sol, las tardes donde las montañas nos dejan ver sus matices indescriptibles lo son todo para aquellos que amamos aquél silencio de la soledad. Sabes bien dónde estés que llegaste como un extraño pero te fuiste de nuestro hogar como un hermano, como el hermano mayor que llegaba desde lejos para darle algo más de vida a la casa azul de matices dorados durante las incontrolables tardes de color.

Las grietas en el corazón son dolorosas lo sabemos bien, pero también son temporales, hechizos mediáticos que nos hacen sentir vivos, distancias artificiales de los sentidos que nos roban el real sendero, porque ahora ( ya no escucharé tus pasos a las once después de caído el sol comentando en inglés la suerte del próximo viaje)  pues eres parte de aquello que tanto anhelaste, parte de ensueño tan fantástico que es el linaje puro de las montañas que coronan este valle tan maltratado por los hombres, pero tan querido por los dioses. La muerte no existe si un hombre ha hecho del sendero recorrido una obra, pero a la vez un camino por seguir; la muerte queda tan sólo como una pequeña circunstancia si nuestra tarea ha sido cumplida como siempre tuvo que ser; nuestros pasos quedan en lo eterno superando el tiempo y los caminos que hemos señalado para ser recorridos son aquellos que nos regalan la eternidad: la eternidad que los hombres tanto anhelaron. Tayler Anderson, nuestro amigo, lo hizo nunca sucumbió tan sólo cambio la bicicleta por las alas para sentir libremente el silencio cromático de las montañas, ya no atisbar secretamente las coronas blancas, sino sentirlas desde su interior, sentirlas desde su inimaginable fuerza y volverse parte de ellas es sólo un privilegio que puede ser dado a aquellos que realmente las amaron. Horas, tras horas, el cuerpo es tan sólo un óbice cuando la obra que se quiere alcanzar está en la inmortalidad de la obra, Tayler sabe ahora eso, pues él no se ha ido de nuestros, recuerdos, de nuestro corazones, su silencio es compartido por nuestra fuerza para recordarlo y los caminos que recorre ahora están tan estrechamente ligados a lo que él siempre amó. Nunca podré perdonarme el hecho de no haber dado un abrazo al amigo que ya no está en la mesa, al vecino de cuarto o al gruñón que buscaba agua caliente para darse un baño. Las palabras sobran si se le quiere recordar es mejor levantar las mochilas empacar las provisiones, alistar el equipo y saludar a la madrugada antes de partir a las montañas o mejor dicho al Este siempre al Este. Hasta siempre amigo y hermano.

Comentarios

Entradas populares