A las seis de la tarde


Ahora que me confieso en letras y palabras, ahora que no la tengo entre mis brazos susurrando un futuro encuentro, ahora que no basta un dilapidador sonido a llamada finalizada para encontrar en su corazón un poquito de esa magia de extrañar al compañero de miles de aventuras, entonces le pediría que lea este galimatías de francas palabras si aún no conoce mis sensaciones, pero sí las conoce vuelva tan pronto como pueda, tan rápido como la velocidad de las alas que le doy en cada sueño donde la espero donde cada despertar la quiero junto a mí.

Él e infinitas veces su recuerdo y el melancólico pesar de lo pírrico en el alma. Este pozo de personalidades que todo lo hace tan complejo si se pretende que de una llamada de cinco minutos se resuelva la incógnita que persigue cada paso cuando la soledad se hace la consciencia más cercana, más refutable y más aguda, Usted no se preguntaría cuánto duele estar sin su compañía, porque a su lado la acompaña un recuerdo, una flor, una canción de nuestro silencioso amor.

Y si Usted, se preguntará por la soledad, si tal vez la cuadra por la que pasara le hiciera pensar que la soledad está rondado sus minutos, sería mejor que la aceptará, porque Usted se quedó sola, pues todos sus recuerdos, sus hechos, deslices y caricias se quedaron conmigo, se mudaron a mis horas de soledad, a la mañana que me recuerda a sus rayitos de luna, a sus cabellos de bronce y a estas ganas de despertar mirando los puntos más analíticos de nuestros celos de tanto acariciar nuestra piel que es tan suya como mía. Y si mirara la mañana sin Usted, yo no pretendo que se cuestione el porqué de su ausencia en mis pasos, en mi caminata por la vacía ciudad, porque la respuesta es tan sencilla como compleja: jamás la saco de mis reflexiones, de mis oraciones a intranquilos diosecillos que se aparecen de vez en cuando en aquellas flores que Usted deshojaba pensando en mí.

Si la fórmula no funcionara recordando el torbellino de rosas que hice en su nombre, las diademas de estrellas que pretendía construir entre sus manos blancas y su rostro. Usted elegiría: Ditirambo o teorema matemático, para darse una respuesta. Ditirambo, si fueran las tardes de sus más anheladas ganas de olvidar el mundo y la rutinaria exploración de matices grises, olvidarlo todo llevándome de la mano a algún ensueño de sus palabras, de su sonrisa que coquetea con el espejo y el seducir al viento de sus cabellos; pero elegiría al teorema matemático si fuese aquella sentencia que plantea cada tarde, al pensar que no estoy entre sus manos, entre sus más silenciosos deseos de llevarme a la cúspide de sus infinitos monólogos detrás del arcoíris a sus jardines de mariposas y a cabalgar bajo las notas de sus resurrecciones de infantiles nubes un domingo por la tarde. No dirían “Amén” sus palabras más orgullosas, sus recuerdos más fervientes de admiración por Ares, sólo traería una y otra vez a su mente el recuerdo de un beso a la hora de la despedida.

Pero si no viera sus pasitos entre lo que mis pupilas llevan en una tierna cajita, que el tiempo con sus secuestros fugaces quiere llevarse, entonces le ofrezco con todas las fuerzas que aún quedan después de su ausencia, de no respirar del perfume de su cuello, de arreglar el paisaje con sus sonrisas que el amor pasará por su ventana, como cada noche mirando alguna constelación de su vanidad, como cada tarde cuando un sí me hacía tan feliz por el sonido de su voz recorriendo la marchitada ciudad. Dígame que no, entonces si es que ya no necesita de mis abrazos, si es que considera que en su itinerario de viajes por el horizonte ya todo ha acabado, si el verano y su seductora forma le atrae más que nuestras tardes juntos; sin embargo, volveré a su lado esperando por un sí entre un cinco y un diecisiete, como cada tarde de armónica, de guitarra y de cuentos, de palabras con un ramillete de flores que dejó ausente.

Y quién responderá si me preguntarán por las fotos, por los zapatos viejos, por las huidas antes del almuerzo, seríamos más sinceros si tal vez lo confesáramos en un taza de café, cuando cae la tarde, cuando existe reflexión para recordar a aquella persona que te lleva del brazo, en la cual las risas se pierden, es inaudito pretender que algo cura las ansias de ver los momentos felices, las locuras después de bajar de un bus, los atropellos a la madre razón que te impide amar más allá del holocausto de locuras Shakepearianas; pero quién contaría nuestras historias si Usted le hace tanta falta para darle más episodios, para darle el color , para darle el calor que tanto le falta a este hogar de recuerdos y de planes, de sonrisas y de tristezas, de abrazos y llantos, de amigos y de hermanos. Cómo responderé cuando me pregunte- insistentemente- el corazón por tus abrazos, como le responderé a la sábana que te fuiste sin dejar recado, cómo responderé cuando me digan mis fantasmas que ha vuelto tu ausencia.

Y si a Usted se le ocurriera una luna llena debajo de sus almohadas y si se presentara una montaña flores a lado del edredón, entonces ¿Usted me buscaría? Usted volvería a extrañar lo tibio de mis manos, las tardes de radio y esa sensación tan tibia a pesar de la lluvia entre nuestros zapatos. Pero si me recordara sería mejor preguntarle si es en un beso o en una sonrisa, entonces si es que recordara, le preguntaría tan firmemente- como algún día de nuestros seis- si volvería a mis imperios, si quisiera ser la musa de mis jardines y si ya olvido que aquí se la extraña como ayer, como hoy o como siempre después de las ocho horas de caída la noche y volvería a llamarla como hoy “mi paparazzi de arcoíris mi suerte de un tiempo mejor”.

Entonces, si Usted volviera como alegría infinita debajo de un sol de mediodía, si tal vez de sus manos todas las probabilidades más exactas de caer enamorado ante su piel- que son tan inevitables- estuvieran junto a mí, volveríamos de nuestros irreconciliables avernos, tentaríamos otra vez a la serpiente y comeríamos para beneplácito de nuestros labios otra vez tantas manzanas como en el último beso, antes de la despedida.

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