De La visión Dionisiaca del mundo

La noche, profundo misterio de la oscuridad, y sus tentáculos de diamantes incrustados aherrojaron desde su templo en el cosmos infinito a la corte de Apolo, funesto destierro donde la muerte ahora echa sus semillas a sembrar. Cuando creíamos entonces que el destino había lanzado la última de sus saetas profanadoras de toda esperanza se ha oído, desde el abismo de nuestra voluntad más escondida, fuerte y vibrante, el tambor del ditirambo aniquilador de sueños, el séquito bebedor de toda virtud de la tierra del Olimpo, el fraterno calor del sentir de la naturaleza se ha apoderado de esta noche, la luna asesina de toda miseria en la oscuridad ha llegado ebria de valentía, mientras escucha en el viento el susurro Dionisiaco de la verdad más pura: la del arte de la naturaleza; su fuerza más aniquiladora desplaza a la reina de la oscuridad, cuando la belleza de su azul manto lo cubre todo, porque ha llegado el sonido aguerrido de la paz a nuestro gallardos corazones, aún tímidos por el misterio de la oscuridad sienten en el brotar de la poesía ante las heridas de la existencia la más sublime de sus satisfacciones, porque la alegría de la vida ha cubierto de gozo el sufrimiento de la noche. ¿Quién trae a esta misteriosa viajera, errante y sabía, qué fuerza la trajo desde el oriente más salvaje? Su presencia lo ha transformado todo y su primera víctima fue la mesura del brillo de las estrellas, porque su voluptuosidad no permite otro resplandor más que el de su propia belleza, ya que este impulso traído desde el oriente le ha dado al hombre un nuevo soplo de vida. La luna llena soberbia y hermosa sólo pudo adquirir ese ensueño de forma y brillo gracias a la luz del ocaso de occidente, ese espejo transfigurador donde vio nacer sus destellos más hermosos, sólo el Sol se lo pudo ofrecer. Estos delirantes destellos que cubren al hombre y lo embriagan de amor por el arte, mientras ríe y llora el devenir de su existencia.

La visión Dionisiaca del mundo, texto producido por el filósofo Friedrich Nietzsche, es un texto explosivo, un ensueño del ocaso más rojo y cruel tan rudo como bello antes de llegar la muerte de los dioses, muestra la más grande voluntad: la de vivir. ¿Por qué ir por esta senda, tan espinosa, por qué el hombre debe de ser el medio de esta expresión de voluntad? Sólo para un fin: el fin artístico de la voluntad de poder de la naturaleza que se demuestra tan gloriosa en el conjunto de dioses griegos. Este fin de la vida misma que no se pregunta por qué la existencia del dolor o de la muerte, ya que de la existencia hace su más bello poema en lo épico y lo trascendental de la obra humana expresada en su sentido más profundo. Nuestra alegría, nuestra disciplina, nuestro dolor son exaltados en la tragedia griega.

Para Nietzsche, el pueblo griego- dotado de un sentido de sensibilidad único- supo dirigir toda expresión de la existencia para convertirla en un instrumento del arte. La unión de dos fuerzas le dio una nueva y sublime innovación, por eso para los griegos la vida cambiaría drásticamente tras la llegada del frenético culto de oriente hacia Dionisos. Los griegos, que también conocieron, al igual que todos los hombres, el horror y lo terrible de la existencia, veían en ella un impulso para hacer de ésta su mejor expresión de arte, es así que su dioses representan el triunfo de la vida, no son sinónimo de de angustia, ni del deber ser, ni ascetismo; pues los griegos no cayeron en agujero negro de la resignación frente a la existencia donde primaba la idea de concebir a la vida como un amargo paso hacia algo mejor. Su fuerza radica en ser como el azar: crueles, pero a la vez benévolos, son bellos, porque son la glorificación de la naturaleza, es decir, se muestran como la verdadera imagen de todo cuanto existe sin la túnica pudorosa de la moral. Esta glorificación de la vida en la religión es una afirmación consciente de la vida tal cual es, por esa razón sus dioses no eran responsables por la creación de una existencia tan terrible como la del hombre. El antiguo griego cubría este vacío de la existencia por medio del arte, pues concebía la vida como algo sosegado y gozoso. El griego se enfrentaba a la existencia por un ideal artístico, le hacía frente a ésta no por considerar que existía una vida mejor después de la muerte (la idea no lo satisfacía) sino que buscaba la trascendencia en el arte, porque la contemplaba al arte como consumación de la vida y la vez esta le ayudaba a seguir viviendo.

Existía en un principio una sola vertiente de todo arte helénico: el arte de Apolo (apolíneo), del cual provenía de la bella aparariencia, representada en el mundo onírico en cual los sueños dan la representación perfecta de toda la realidad y de donde parte toda perfección de los estados. Para Nietzsche este arte estaba limitado por una mesurada limitación. Es de esta forma que plantea el adagio “Conócete a ti mismo”, pues el arte apolíneo buscaba dentro de sí y llegaba mediante los compases ordenados de la armonía a su límite que se encontraba en la belleza y fuerza de los dioses olímpicos, este orden de alcanzar la belleza en el mundo de los sueños, por ejemplo con la epopeya y en la escultura, que ensalzan a la vida como exigencia.

Sin embargo, cómo detener este carruaje halado por panteras y el coro báquico que deja detrás de sí un dulce desastre; la llegada del culto de Dionisos significó una ruptura en la cual el advenedizo tenía la pretensión de destruir todo orden antes establecido toda forma antes concebida de existencia. Sus ritos tan misteriosos como alucinantes cambiaron el alma de este culto se amparaba en la embriaguez dionisiaca como inicio de su arte como plataforma para mostrarnos la fuerza la de voluntad artística que lo seguía. Los griegos atónitos ante la fuerza de este culto traído desde el oriente donde el hombre volvía a la naturaleza y desde su soledad podía percibir los enigmas y horrores del mundo, donde el abismo entre el pasado y el presente se rompen volviéndonos a un plano donde los recuerdos más profundos se hacen realidad. En la embriaguez dionisiaca el hombre ya no se cuestiona sus defectos sólo actúa, sólo es fuerza y pasión por la vida mientras ve la caída del universo de la individualidad desmoronarse ante sus pies aún jubilosos de haber saboreado la vid hija de Dionisos.

Los griegos se enfrentaron a un nuevo dilema, porque no sabían cómo conducir toda esa fuerza del ímpetu dionisiaco, para no caer en el abismo de la destrucción de su cultura frente al horror de la existencia, pues ahora se enfrentaban la verdad de la naturaleza contra la belleza de la apariencia. ¿Cómo encausar ese manantial que desborda desde la naturaleza? Apolo logró restaurar el culto a Dionisos, ese torrente del manantial más puro de voluntad de la naturaleza no podía ser encausado hasta que las manos apolíneas le dieron al río el encause correcto para evolucionar al arte helénico en una sola voluntad artística expresada en toda su forma en la tragedia griega, dejando entre en lo más alto de sus montañas la máscara que todo lo cubre que todo lo pretende ver.

¿Cómo pudo el arte de la embriaguez dionisiaca dar la pauta definitiva para el nacimiento de la tragedia? Dionisos es un dios liberador, porque mediante el vino lograba desaparecer la cárcel de la individualidad del hombre, pero después de este efecto nos quedaba la nausea, la ridícula y desesperante sensación de la existencia y ante ello no había más remedio que dirigir nuestras fuerzas con todo su tesón hacia el cielo del arte, es por esa razón que el hombre coloca sobre su rostro la máscara que le da la bella apariencia, para esta vez representar en su juego la tragedia del sentir humano y su reglas condicionadas por el destino.

En dos hombres este género tuvo su mayor apogeo. En Esquilo quien trataba el tema de la administración de justicia de los olímpicos. Esquilo presenta a la náusea de vivir disuelta en la sabiduría del orden del mundo donde sólo queda vivir bajo estas reglas. Sófocles, en cambio, ve en el inmerecimiento del destino y la falta de conocimiento sobre éste en el humano la herramienta más sublime para expresar su arte.

La tragedia griega significó, entonces, para la vida en el arte el principio de una nueva era donde la luz de Apolo, reflejaba con sus vastos rayos la locura dionisiaca de la luna llena capaz de sumergir al hombre en ese sinfín de sensaciones que lo llevan a actuar buscando ser dios de otro universo, buscando una respuesta para su respirar, buscando una estrella, una esperanza aún no dormida, perdonando sus fracasos y resaltando su infinita soledad. Furioso viento dionisiaco que lo lleva a volar sobre otras tierras a erigir monumentos de la voluntad más allá de sus montañas, más allá de su sombra y de su andar.

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