KEIKO NARANJITA O MÁS DE LA MISMA PORQUERÍA



 Mucho se ha hablado acerca de la decisión que se tiene al momento de elegir un futuro representante para la elección presidencial. La mayoría de especialistas coinciden que dentro de las elecciones que acaecen cada cinco años la población consciente termina  realizando un voto no por el candidato que uno prefiera, sino por el llamado “mal menor”. Pero por qué ocurre este fenómeno, qué circunstancias nos llevan a pensar que los peruanos no podemos elegir de acuerdo a nuestras expectativas ideológicas o políticas, y elegir a un candidato que represente la continuidad del sistema económico y político para no llegar a la catástrofe del autoritarismo extranjero o el retorno a la corrupción enmascarada en sangre nueva.


                En el Perú existe una diversidad de pensamiento grande, donde todas nuestras posturas merecen respeto; sin embargo, cuando estas posturas atentan gravemente contra la organización para la creación de un gobierno donde exista una política de “democracia sustantiva” (donde los indicadores sociales de buena salud, educación y respeto por los DD.HH. se haga efectiva). Este síntoma de encontrar un Perú de características muy marcadas durante la época electoral donde sólo se busca, como lo mencioné antes, la salvación del frágil equilibrio que hemos logrado con el esfuerzo de todos, pero que al momento de elegir se pone en peligro ya que tanto la corrupción como el radicalismo sin otro fondo más que el abismo tienen graves repercusiones sobre el país.


                Ahora bien, esbocemos un planteamiento del porqué de este problema. En nuestro país esta inculcada una cultura democrática que sólo hace énfasis en el procedimiento que concierne ser un país libre y que se caracteriza por considerar suficiente la realización de elecciones transparentes, la libertad de prensa y la estabilidad política para configurar un gobierno democrático. De tal suerte que obtengamos imagen de la democracia como sólo el hecho de realizar votaciones cada cinco y cuatro años, donde podamos elegir una autoridad y después olvidarnos del rol fiscalizador que tenemos como sociedad civil o peor aún pretender que la democracia no representa una división de poderes del Estado (poder judicial, poder ejecutivo y poder legislativo) independientes de toda intromisión por parte del gobierno de turno. Esta forma de pensamiento que considera a la democracia sólo como una forma de elegir representantes, con todas las garantías del caso, hace que nuestro sentir sobre el modelo se vuelva una obligación, ya que entendemos que para la existencia de la democracia se debe elegir a cualquiera y bajo cualquier argumento. Es por tal motivo que encontramos- por ejemplo-  en la candidatura de Keiko Fujimori una cantidad enorme de efectos mediáticos (pueden ver el reportaje en Youtube[1]), como afiches, panfletos o entrevistas donde el mejor argumento al que se recurre sea rescatar la labor de madre de la señora Fujimori o los atractivos físicos del esposo o- peor aún- creer que porque se regala una bolsa de arroz, un saco de azúcar o una cocina nueva; éste candidato resulta ser el idóneo para resolver problemas tan graves como la falta de una educación integral, la mala atención en el aspecto de salud o la inestabilidad frente al narcoterrorismo.


En este contexto y bajo los argumentos expuestos entendemos, pues que existe en el Perú dos clases de electores: los primeros que son los que bajan la calidad del voto y hacen de éste una cuestión mediática o de simple simpatía porque ven en el candidato una madre esforzada, un joven apuesto o un empresario digno de imitar, y los segundos que son los electores capaces de discernir entre aquellos candidatos que sólo ofrecen una campaña mediática sin ninguna propuesta real de mejoras y cambios. En el caso del segundo tipo de elector, este advierte para sí que una persona capaz de realizar un voto consciente donde se encuentre una real cantidad de propuestas coherentes y valiosas para sacar a nuestro país del abandono y el atraso en el que se encuentra. De tal forma que en el Perú los electores terminan realizando una elección por el mal menor por diversos factores- como la calidad de propuestas y personalidad del candidato-, pero también por la elección sin reflexión que realizan muchas personas inconscientes de los problemas reales del Perú.


Uno de estos fenómenos mediáticos es la postulación de la señora Keiko Fujimori, que pretende dentro de una estrategia muy superflua para la solución de problemas como la pobreza y el abandono a la educación llegar a la presidencia. Dado esto, el fondo de la candidatura de la señora Fujimori parece ser la liberación de su padre, el ex presidente Alberto Fujimori, lo cual no sería en palabras de muchos especialistas una real propuesta de cambio y mejoramiento para el país- como lo afirma el periodista Augusto Álvarez Rodrich[2]. Pero qué lleva a muchos peruanos a pretender que la elección de Keiko sería una adecuada porque entienden que el modelo democrático solamente tiene un aspecto procedimental- como se explicaba al inicio del artículo- y esa sensación hace que prefieran una realidad donde exista de nombre la llamadas libertades, pero que no se muestra realmente como una herramienta necesaria para el desarrollo adecuado de nuestra patria. Es así que la configuración del régimen fujimorista tuvo la característica de ser un “autoritarismo competitivo” o como lo define de manera muy precisa Martín Tanaka[3]: “El fujimorismo ha sido clave para entender la construcción de una variedad de régimen político: aquel que combina el mantenimiento formal de la legalidad democrática, una legitimación plebiscitaria (que le permite ser competitivo en los procesos electorales), con un funcionamiento autoritario, en tanto el poder se concentra en la presidencia, que utiliza el respaldo con que cuenta para destruir los límites institucionales que lo controlan, el equilibrio de poderes, los derechos de la oposición y de las minorías”.



Desde esta perspectiva de análisis de lo que fue el fujimorismo, qué podemos entender las palabras que menciona la candidata Keiko Fujimori al referirse al fujimorismo son las siguientes: “Estos (la K en un círculo naranja) son los símbolos de Fuerza 2011, el nuevo movimiento fujimorista. El símbolo que personalmente llevaré a los más alejados rincones de nuestro país”[4]. De ello debemos entender entonces que el fujimorismo es una propuesta ecuánime para gobernar el Perú o representa más de lo ocurrido en la década de los noventa o peor aún que significa un regreso al pasado además de nuevamente alzar a la corrupción descarada en un nuevo gobierno. Los peruanos que realmente pensamos en el futuro del país encontramos que en la propuesta de Keiko vacía, por los discursos que brinda, sólo se centra en ser la candidata de una sola meta: la liberación de Alberto Fujimori.



¿De qué manera podemos, entonces permitir que un movimiento con un solo fin pueda llegar a gobernar el Perú? Si encontramos en la figura de Keiko muchas falencias a la hora de procesar realmente un ideario adecuado; en una entrevista ofrecida al diario El Comercio[5] responde que su ideología es la de resolver el problema de la pobreza en el Perú. Pero qué es lo que ocurre cuando un partido político no tiene una base real sobre lo que quiere llegar a ser, pues simplemente se convierte en un ente mediático incapaz de sobrevivir a los diversos problemas que afectan al país, por eso la caída en las encuesta cuando se dio la sentencia a Alberto Fujimori. Y es que la espada de doble filo que usa la campaña de Keiko Fujimori es intentar mediante una desbordante campaña que resucita los logros del gobierno de Fujimori durante la década de los 90; sin embargo, a la vez que le sirve de una plataforma para lanzar su candidatura también le significa una gran carga, porque sencillamente el gobierno de Fujimori representa- como lo hemos mencionado antes- un gobierno de viciado por el autoritarismo que avalaba la corrupción. Son estás razones que hacen de la candidatura “fresca y renovada” de la organización política color naranja una candidatura débil que sólo recae en la descabellada idea de liberar a un genocida como fondo de su participación electoral.

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